Dormís en una noche tranquila, tu cuerpo está en discordia
con la temperatura del ambiente, se encuentra sudando.
Acompañas tu respiración con los pensamientos que entran y
salen de tu soñar.
Un movimiento de tu brazo invade mi espacio y siento tu codo
rozar mi cabeza.
Lo confundo con un cable de descarga y comienzo a soltar
todo lo que baila por mi mente a altas
horas de la noche.
Tu codo comienza a arrugarse un poco más de lo normal. Se tensa, se agrieta, levanta temperatura.
Como una metástasis, toma poder de tu brazo entero, que
ahora permanece inmóvil y con aspecto débil.
Sus pelos se tiñen de blanco y caen muertos sobre la
almohada.
Un olor hediondo se mete sin avisar por mi nariz. Tu brazo
se pudre.
Mi cabeza también.