martes, 2 de septiembre de 2014

Toc toc, perdón.

Solo escribo esto para descargarme. Para pedirte perdón por las veces que te molesté con mis problemas. Es que no sabes lo difícil que se me hace vivirlo todos los días. Cada vez que pasa, puedo sentir cómo un barrote nuevo me encierra en una jaula creada nada más y nada menos que por mi cabeza.
Perdón por hacerte caminar del lado izquierdo,  aún en los días de lluvia.
Perdón por  todo ese cuidado que sabes que debes tener porque odio que la milanesa toque la ensalada. Juro que si esto no pasara, me comería todos los platos con comida que tuviste que tirar por mi culpa.
Perdón por no poder conformarme con hacer las cosas solo una vez.
No quiero despertarte más por las noches, cuando llego a casa y te veo durmiendo profundamente. Pero es que el interruptor de la luz me lo pide a gritos.
Enciendo y apago. Enciendo y apago. Enciendo y apago. Y tu sueño es tan liviano. O será que ya estas acostumbrada y ambos sabemos que eso no debería suceder. Pero te despertas, me miras y puedo ver esa angustia e impotencia por no poder ayudarme.
Quisiera anular cada grito que te pegué por olvidarte de cerrar los placares, el microondas, o algún cajón. Pero esa abertura me roba segundos de vida, y siento que todo se desmorona a mi alrededor, que no puedo sostener la cordura, y necesito poner un orden.
Perdón por tener que tocar cada tacho de basura con el que me cruzo. No sientas  celos de ellos. Creerías que te tomo el pelo, pero amo cada paseo con vos, amo que comprendas esa desviación necesaria para llegar al poste donde éste se encuentra y que observes cómo extiendo mi brazo para tocarlo, aunque sea con la punta del dedo.
Todos estos problemas me hacen amarte cada vez más fuerte. Amarte tres veces a falta de una. Amarte por comprenderlos. Amarte por ser mi cómplice.