martes, 25 de junio de 2013

Sentidos sin sentido.

Te voy a pedir que subas y cierres la ventana porque me  gusta el olor que entra desde la cocina de tu cabeza.
Agudizá tus oídos y olfato porque quiero que sientas algo que te voy a cocinar, que es muy rico (no?) y algo lindo que te voy a decir bajito.
Abrí bien los ojos y aprecia las curvas de mi  
  c u r s i v a.
No tendrías que saberlo pero estoy bloqueada. Mi mente se puso en blanco hasta que saliste corriendo y se me aceleró el pulso, me  empujaste. 
Medí tu tacto y regalamelo para mi cumple.
Deleitame con una buena conversación.

martes, 18 de junio de 2013

Hoy, para vos.

Detrás de esta figura, me gusta sentirte como puedo.
Esperarte y leerte. Encontrarme y escribirme.
Y después de un par de horas, despedirnos sin hacerlo, 
dejando siempre la puerta entreabierta para que se filtre otro encuentro que nos llene la panza de nosotros mismos.

lunes, 10 de junio de 2013

Tiempos.

Bendito era cada día de la semana.
Bendito era ese colectivo que nunca frenaba.
No bastaba con que más de una mirada fulminante se posara sobre los ojos del chofer, que  pretendía convencer de no haber reparado en el tumulto de gente.
Tampoco bastaba con más de un brazo estirado intentando imponer más presencia de la que realmente tenía.
Y por qué bendito. Porque la hacía enojar. Y eso lo volvía loco.
Sus cuerpos se cruzaban cortando con el frío que los envolvía todas las mañanas.
Ella llegaba tarde. Él, temprano.
Se desencontraban de tal manera que a su vez lograban ser uno en cuestión de segundos.
Al pasar, a veces fingían no haberse visto, y luego ambos volteaban, y se volvían a encontrar. Como todos los días.
Ni la curiosidad ni esos encuentros fugaces pudieron con ella. Prefirió comenzar a usar la bicicleta para no retrasarse más. Sino, terminaría buscando otro trabajo.

martes, 4 de junio de 2013

Un último viaje. (vuelos)

Sumergido en la oscuridad, saturado de la bronca y el odio, ahogado en el miedo, aún así obedeció hasta el último momento.
Sentado en silencio, escuchó las súplicas de sus compañeros y esperó a que llegara su turno.
Comprendió que todos los sentimientos que se estaban presentando sobre su cuerpo y mente, iban a ser los más intensos, los últimos seguramente.
Lo descomprimieron tanto física como mentalmente.
No había retorno. Dejó que hicieran con su cuerpo lo que quisieran. Como lo habían hecho con los demás.
Comenzó a sentir una leve brisa que luego se potenció de tal forma que se le dificultaba respirar.
Sintió y escuchó puertas abrirse. Sintió el aire puro pero lleno de mierda al mismo tiempo.
De repente, dos manos lo empujaron desde atrás y cayó.
Caída libre. Caída eterna. Su pecho explotó. Su cuerpo se debilitó. Su cabeza enloqueció. Su mente se borró.
En cuestión de segundos impactó sobre el agua, lo que provocó el crujido en ambas piernas. El dolor lo superó y lo obligó a desmayarse.
El agua lo tapó, al igual que a los miles de cuerpos que yacían a su alrededor sumergidos en ese cementerio helado, saturado de vidas, recuerdos, ideas, sentimientos, años prometedores desperdiciados, yendo a favor de la corriente de ríos a la espera de un mundo más, que ahora terminaría siendo parte nada más y nada menos que un festín para las criaturas que vivían en ellos.

lunes, 3 de junio de 2013

3 kilos de culpa.

De repente se encontraba enfrentada  a una situación  por la que siempre imploraba no tener que pasar, pero sucedió.
Parada, frente a su mayor enemigo, quedó paralizada intentando pensar de qué manera reaccionar.
Sentía frío, como si se tratase de un empujón inesperado a una pileta en pleno invierno. Si caía en ella, se iba a quedar sin aire para siempre.
Sus arterias se taparían dificultando, casi imposibilitando el paso de la sangre que las recorría constantemente.
Eso significaba que su muerte ahora iba a ser dolorosa, una muerte sufrible. De esas que nadie quisiera tener.
Por lo menos eso es lo que ella creía. 
En realidad, más que una muerte, era una decepción de sí misma.
Una buena oportunidad para dejar caer todas sus promesas en un balde lleno de debilidades hambrientas que esperaban con ansias la hora del postre.
Después de esto, su tímida autoestima se iba a ir a vivir al centro del mundo, cavando un pozo tan profundo, alojándose donde se encuentra lo caliente.
Ahí se quedaría hasta derretirse y formar parte de uno de los cantos millones de toneladas de sustancia rocosa de la tierra.
Después  de castigarse por unos minutos,  volvió a sí, abriendo la heladera y tomando ese balde de helado de 3 kilos que su madre -ahora protagonista y culpable de sus debilidades- había dejado allí.