Como una montaña rusa me invitaste a subir.
Mi curiosidad me ganó de antemano y acá estoy, rodeada de mentiras que fingen ser barrotes.
Estoy sentada en un carro que dice ser el único, cuando en realidad tiene unos once más enganchados atrás.
Hay una promesa de diversión dando vueltas por el aire, que me pone una corona sobre la cabeza, intentando mostrar que todo este juego me pertenece solo a mí, pero esta sensación está dividida a lo largo del juego. No existe el protagonismo.
Siento como el viento me acaricia el cuerpo. Si abriera los ojos entendería que son unas cuantas risas que me escupen la cara.
Unas manos atrapan mi panza en el punto máximo de este corto juego. Quiero gritar por los aires todo lo que me haces sentir. Lo hago.
La bajada me hace reaccionar. Te estoy mandando a la mierda a los cuatro vientos.
Se aproxima un espiral de cien vueltas que me obliga a sacudirme.
Una y otra vez.
No sé qué pensar, que sentir, que gritar.
Cierro fuerte mis ojos y te tomo de las manos, que tienen un aspecto frío y oxidado.
Espero que me salves de esta mierda, pero cuando me doy cuenta, esa barrera de seguridad que tenes pintada de rosa, se encuentra desatornillada, a punto de abrirse, a punto de liberarme y dejarme caer de cara al piso.
Entonces espero el impacto.
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