domingo, 22 de septiembre de 2013

Inocente primavera.

Quiero recorrerte en ascensor, escuchando la música que más te guste dentro de él.
Quiero mantener la calma después de conocer el 1º piso.
El día en el que entro, mis sentidos se despiertan curiosos, y necesitan conocer para saciar la desesperación.
Pero a la vez tengo miedo y no quiero subir.
Siempre me ganó la curiosidad.
Entonces me meto dentro de la caja de pandora y comienzo a apretar los botones en un orden desesperante e insoportable para mi paciencia. 
1º, 2º, 3º. Ya te recorrí.
Y cuando pienso que mi busqueda tuvo fin, me doy cuenta de que me faltó abrir una puerta, que se encuentra ubicada arriba de todo, en la cual nunca reparé.
Y para sufrir más la situación, tengo que trasladarme por las escaleras. Salgo de lo cómodo para entrar a lo incómodo.
Me paro frente a la puerta, observando cada detalle. Giro el picaporte.
Al abrirse, permanezco inmóvil. Me falta el aire. Me duele el pecho.  Y rompo a llorar silenciosamente, por un lugar que apenas conozco. Un lugar al que no me dieron permiso para visitar.
Era de esperar.
Los pisos 1º, 2º y 3º eran parte de tu cuerpo.
La puerta sin número era tu cabeza. Y yo no me vi dentro.
Para mi sorpresa fui recibida por alguien que intentaba bajar por el ascensor del que yo venía, para así recorrerte de a poco.
La única diferencia fue que esa persona te estaba explorando porque vos la habías dejado hacerlo.
Y yo no lo sabía.






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