lunes, 11 de noviembre de 2013

Una hormiguita.

Y qué me importa si me pisan si total soy una hormiguita.
A quién le interesa mirar más allá de las baldosas en busca de algún objeto "de valor" para decorar así su pelo con él, o mejor, regalárselo a quien use ese tipo de cositas innecesarias.
Fue una pregunta sin respuesta. Porque la respuesta la tengo yo.
Que miro desde abajo tan chiquitita los problemas de los demás.
Esquivo corriendo tan rápido como puedo las grandes pisadas que intentan aplastarme todo el tiempo.
Por eso camino por los bordes, grietas o simplemente contra la pared.
A veces  las bicicletas con la ruedas ya desinfladas permiten que estas se amolden a las rayas que hay entre baldosa y baldosa, y, aunque nadie lo piense nos aplastan. Y así morimos.
En otros casos, pude correr y esconderme tras el capricho de un nene que me tomaba por el torso con una pinza y me hacía cosas extrañas con una lupa. Un rayo muy fuerte se reflejó sobre mi cara y la luz era tan intensa que perdí la vista de ambos ojos.
Dos de mis patas traseras las tiene una araña y algunas personas dicen que no tengo corazón. O sea, que las hormigas no tienen corazón. O sea, yo.
Pero acá estoy.  Se que esta vez es mi final.Me encuentro escribiendo esto antes de tener otro accidente más. Que en realidad, ya lo tuve. Ingerí veneno para hormigas y solo me queda esperar un rato. O quizá un día. No lo se. Solo me di cuenta. 
Y sí, las hormigas también escribimos. O por lo menos yo lo hago. 
Solo puedo decir que siempre fui una hormiga, con o sin patas, con o sin vista, aunque siempre con un corazón.
Me puse melancólica.
Me duele la panza.
Creo
que es
el
fin.

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