Recuerdo la vez que vomité después de comer unos fideos con salsa.
Comencé por sentir malestar en la panza.
Al ratito fui al baño caminando tranquila, sintiendo como me daba vueltas la cabeza.
Me quedé de rodillas frente al inodoro y el sentido de mi vista y el de mi olfato buscaron el punto más desagradable para poder provocar el asco, y así llamar a vómito.
La conclusión fue que no resultó. Entonces tuve que acudir a mi cepillo de dientes. Era la primera vez que lo intentaba.
Así fue que me encontré de rodillas nuevamente, sujetando a mi víctima e introduciéndola en mi boca, para que luego terminara bañada en un vómito ácido. Lleno de problemas que se marchaban para volver al rato.
Ida y vuelta.
Mal de los males.
Ácido de los ácidos.
Mientras vomitaba, recreaba la situación pero con todas las cosas que me hacen mal.
Pienso que vomitar es algo horrible. No me gusta que mi cuerpo haga convulsiones discretas, y sentir cómo mi estómago se retuerce porque algo malo está pasando dentro suyo. Ni siquiera me gusta vomitar. A nadie le gusta.
Y a nadie le debe gustar estar viajando, con un cartel pegado en la frente que dice "`soy un problema y por eso intentan expulsarme" dentro de la panza de otra persona, acompañada de ácidos y comida escabullida de horas antes. Incluso minutos. Recién masticadas. Con saliva. De otra persona.
Me cansé de vomitar las cosas para volver a comerlas. Mi cuerpo no asimila entre lo que me hace bien y lo que no.
Será que estar arrodillada frente al inodoro me es más cómodo que estar en otra posición?
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