Solo sabía, por experiencia propia, que el agua la castigaba.
Así lo pensó hasta el día en el que descubrió que quien se responzabilizaba por dicho acto era su difunto abuelo.
Cada vez que ella hacía mal las cosas y luego entraba a bañarse, su abuelo giraba las canillas de las demás piletas tomando el control de la temperatura del agua.
Al principio, había baños que le hacían demorar más de lo normal.
Regulaba las canillas de a ratos, pegando saltitos al hacer contacto el agua caliente con su piel.
El vapor comenzaba a subir y dificultaba su visión.
- Vale, perdón!- gritó un día mientras terminaba de quitarse la espuma de su pelo.
Segundos antes se encontraba enjabonando parte de su panza y pelvis.
Sumergida más que en la espuma, en su cabeza diría yo. O creería ella.
Pensó la posibilidad de que todo fuera culpa de su abuelo.
- Ahora regalame un buen baño- volvió a gritar.
Entonces, luego de sus disculpas, el agua comenzó a amoldarse a sus caprichos.
La envolvió en un manto transparente perfecto. Sin altibajos.
Y así prosiguió para seguir enjabonándose.
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