Puedo describirlo como una situación un tanto extraña, que nunca me había sucedido antes.
Estuvimos sumergidos en la oscuridad de una habitación pequeña durante algunos minutos.
Sin decir palabra alguna. Casi sin respirar. Nuestros cuerpos no emitían ningún sonido.
Detrás de la puerta, corría paralelo un juego de escondidas, que nos incitaba cada vez más a perdernos en nosotros mismos.
Gritos externos que provenían de nuestros compañeros ya encontrados, golpeaban la puerta de la habitación generando cada vez más tensión de la que ya había.
De repente, comencé a sentir su mirada sobre mi rostro, y su respiración sobre la mía.
En cuestión de segundos, todo lo que pasaba a nuestro alrededor se congeló brindándonos el protagonismo.
Nos encontrábamos a centímetros.
Dejamos que los miedos se filtraran de a poco por la cerradura de la puerta, y que arrasaran con los prejuicios que estaban por entrar.
Nos hicimos uno. Nos dejamos llevar. Nos olvidamos de las escondidas. Nos olvidamos de todo.
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