Me senté cerca suyo. Lo contemplé con la mirada, silenciosamente mientras el tomaba su instrumento preferido.
Apoyé mis manos sobre el regazo de mis piernas.
Me relajé por un momento y dejé que me deleitara con su mejor melodía.
Las notas acariciaban mis oídos mientras esbozaba una leve sonrisa en mi cara.
Dirigí la mirada hacia sus manos para observar cada movimiento que realizaba con sus dedos.
De pronto comenzó a cantar. Los tonos que sus cuerdas vocales alcanzaban me fascinaban.
Me enojé y a la vez me alegré porque no pude encontrarle ningún defecto.
Era normal lo que pretendía?
Hacía tiempo que no tocaban para mí. A decir verdad, dudaba que todo esto llevara mi nombre.
Caminé hasta la parada un tanto inconsciente. Mi colectivo llegó. A penas pude descifrar el número lo paré.
Me subí y busqué el asiento individual más cercano antes de caer al piso.
Sentía como el viento me cacheteaba descaradamente la cara.
Miré por la ventana y te vi pasar en la bicicleta.
La luz de un auto te hizo desaparecer.
Anhelaba con ser dueña de alguna de las casas que desfilaban a lo largo del viaje.
Por un momento, durante quién sabe cuantas paradas percibí tu subida.
Al levantar la vista, confirmé que todavía estaba algo inconsciente.
Perdí la noción de dónde me encontraba, así que me puse a mirar a los autos que pasaban del lado opuesto.
Sentía que un caño me iba a atravesar la cabeza.
El colectivo comenzó a llenarse de gente que iba ocupando de a poco su lugar hasta que un hombre se paró al lado mío y mi cabeza se apagó.
Tuve tres segundos para reaccionar y entender lo que estaba pasando.
Tuve toda una noche para levantarme del sillón e irme a mi casa.
Insistí en quedarme, intentando apagar las situaciones e imágenes que se encendían en mi cabeza.
A tan solo un metro se encontraba una mentira que no iba a soportar. O quizá una verdad demasiado insoportable e inesperada.
Cuanta humillación. La confusión me había ganado y ahora me esperaba en la meta sentada.
Fue todo delante de mi.
Debo admitir que confundí las cosas y te doy algunos créditos.
Puedo describirlo como una situación un tanto extraña, que nunca me había sucedido antes.
Estuvimos sumergidos en la oscuridad de una habitación pequeña durante algunos minutos.
Sin decir palabra alguna. Casi sin respirar. Nuestros cuerpos no emitían ningún sonido.
Detrás de la puerta, corría paralelo un juego de escondidas, que nos incitaba cada vez más a perdernos en nosotros mismos.
Gritos externos que provenían de nuestros compañeros ya encontrados, golpeaban la puerta de la habitación generando cada vez más tensión de la que ya había.
De repente, comencé a sentir su mirada sobre mi rostro, y su respiración sobre la mía.
En cuestión de segundos, todo lo que pasaba a nuestro alrededor se congeló brindándonos el protagonismo.
Nos encontrábamos a centímetros.
Dejamos que los miedos se filtraran de a poco por la cerradura de la puerta, y que arrasaran con los prejuicios que estaban por entrar.
Nos hicimos uno. Nos dejamos llevar. Nos olvidamos de las escondidas. Nos olvidamos de todo.
Qué gracia que me da andar por la misma ruta que transité hace un tiempo, y leer carteles dirigidos a
bicicletas diferentes a la mía.
Qué curiosos que son los caminos de tierra que se trazan cruzando el asfalto de mi ruta. Todos de tierra.
Hasta un simple viento los hace desaparecer. Levanta un polvo molesto que se nos mete en los ojos y ahí es cuando decido
tomar otro camino porque la verdad, es que me cansa.
Que rutina aburrida. Que carteles errados. Señales confusas me alejan cada vez más de mi rumbo.
Tal vez sea mejor. No quiero seguir pedaleando por una ruta que no me corresponde.