lunes, 19 de mayo de 2014

Susto.

Entonces qué es lo que estamos esperando? Que nuestros dedos se acalambren?
Que las teclas pierdan su identidad porque nos quedamos con la tinta de la letra que las identificaba, impregnada en nuestras huellas digitales?
Tal vez estamos esperando que los celulares y computadoras comiencen a sacar chispas por abusar tanto de ellos por las noches.
Vivimos especulando y no nos animamos a otra cosa más porque sentimos vergüenza. Entonces mejor imaginarlo.
Estaremos esperando que nuestros ojos sangren por estar a través de una pantalla tanto tiempo?
Los parques y las plazas se reirán de nosotros. Necesitamos aparecer.
Andate de donde estés y trae tus ganas y curiosidad para acá.

Yo voy a hacer lo mismo. Cuando me atreva. Cuando lo que me ponga contenta sea tu roce y no el sonido de mi celular vibrando.

jueves, 8 de mayo de 2014

Últimos avisos.

En estos últimos 30 años estuvo haciendo todo mal. Todo muy mal. Por la noche llegó a su casa y al colgar el saco observó a su gato por primera vez en una semana. Claro, nunca se dio cuenta de que ya no lo saludaba al verlo entrar a la casa. Se sacó el sombrero y lo tiró arriba de su sillón sin dejar de mirar aquel cuerpecito que permanecía inmóvil mientras se acercaba cada vez más. Cuando lo tuvo a metros,   preparó las manos para tocarlo y adaptarse a cualquier situación con la que se encontrase. Recorrió su lomo con los dedos, metiéndoselos por entre su melena de pelos. Su palma no se atrevió a tocarlo. Comprobó al fin, que el animal permanecía muerto desde el viernes pasado. Adiós gato número cinco.
 Miró a su alrededor y en el medio del silencio detectó un sonido que lo puso nervioso. El teléfono colgaba por el escritorio hasta tocar el piso. El tono de espera sonaba desde hace ya dos días, desde aquel momento en el que se enojó con su psicólogo e intentó resolver por lo fácil: revolear el teléfono. Al estrellarlo contra la pared, rebotó y cayó al vacío. Solo lo sujetaba el cable. Buscó la tijera dentro de un viejo par de zapatos que se encontraban dentro del armario. Cortó lo que tenía que cortar. El sonido del teléfono desapareció.
 Las moscas habitaban conformes la cocina dando vueltas alrededor de una pila de platos que rebalsaba por la pileta. La principal atracción para los insectos fue la comida que se encontraba impregnada hacía días.
Tuvo un instante para caer en la cuenta. Un instante en el que tuvo que cargar con todos los problemas que no había visto en 30 años.
Se desplomó en el suelo. Sintió su peor angustia. Se sacó el zapato y lo arrojó hacia la luz para apagarla. Objetivo cumplido.  Se tomó la cabeza con las manos y comenzó a llorar. Lloró todo lo que nunca le había salido llorar. Su pecho iba a explotar de infelicidad.
Los minutos pasaron. Sus ojos se fueron cerrando lentamente. Por los orificios de su nariz asomaban mocos líquidos que no se había tomado ni el trabajo de limpiarse. Comenzó a quedarse dormido, con la cabeza apoyada sobre su difunto gato y su cuerpo tenso sobre la alfombra húmeda por el café derramado de aquella mañana.
Aquella noche fue la última.