lunes, 10 de junio de 2013

Tiempos.

Bendito era cada día de la semana.
Bendito era ese colectivo que nunca frenaba.
No bastaba con que más de una mirada fulminante se posara sobre los ojos del chofer, que  pretendía convencer de no haber reparado en el tumulto de gente.
Tampoco bastaba con más de un brazo estirado intentando imponer más presencia de la que realmente tenía.
Y por qué bendito. Porque la hacía enojar. Y eso lo volvía loco.
Sus cuerpos se cruzaban cortando con el frío que los envolvía todas las mañanas.
Ella llegaba tarde. Él, temprano.
Se desencontraban de tal manera que a su vez lograban ser uno en cuestión de segundos.
Al pasar, a veces fingían no haberse visto, y luego ambos volteaban, y se volvían a encontrar. Como todos los días.
Ni la curiosidad ni esos encuentros fugaces pudieron con ella. Prefirió comenzar a usar la bicicleta para no retrasarse más. Sino, terminaría buscando otro trabajo.

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