La gente me dice
que te miro con amor.
Mi abuela se da cuenta de cómo escucho detenidamente cada
oración que sale de tu boca.
De la admiración que te tengo al observarte hacer las
cosas con dedicación.
De esas ganas de verte que se manifiestan en mis pasos al bajar las escaleras para abrirte
la puerta.
Si las paredes hablaran, y caminaran también, correrían a
tu casa para contarte que te quiero en voz alta, en voz baja, cantando,
susurrando, gritando, riendo o llorando.
Los chocolates cuentan rápido sus anécdotas, antes de ser
desenvueltos y devorados por un “te extraño” que ruge desde mi estómago.
Aunque mi mamá dice que cuando no estás, mis platos de
comida quedan por la mitad.
Que por las noches puede escuchar mis pesadillas
golpeando las ventanas de mi cuarto.
Que a las paredes se les cae la pintura por no
escucharme hablar.
Y que las escaleras se agrietan de esperarme a que baje a
abrirte.
Yo siento que lo único que no se desmorona son mis ganas
de verte y esperarte porque por algo me gusta extrañarte.