jueves, 24 de octubre de 2013

Mar Abierto.

Y siempre termino desembocando en tu cuerpo. 
Un mar abierto.
Estoy sobre una tabla de madera, sin seguros ni paredes. Sin agarres ni remos. 
Las brújulas no existen.
Estoy a la deriva, naufragando a la espera de que otra ola embista contra mi. Que el agua me arrastre o me hunda hacia abajo, y en un intento por buscar un poco de oxígeno, tus mentiras como plantas se enreden en mis tobillos y guarde mi cuerpo en lo más oscuro de tu interior.
Los peces aparecen, te recorren y suplican. Todos quieren ser protagonistas de semejante mar venenoso.
Tus aguas enamoran. Tu temperatura tranquiliza. Tu superficie engaña. Tu profundidad atrapa. 
Los cuerpos flotan, festejando mi llegada.
Una compañía más. Una pizca de azúcar para este mar tan salado. O tan amargo.
Pero ya no pueden advertirme. Sus almas permanecen en el  fondo de una fosa. Son tu almuerzo y tu cena. Tu desayuno y tu merienda.
Tu ego y el producto de la intensidad que provocas antes de ahogar, y atrapar.
Bienvenida sea mi inconsciencia e inocencia. 




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